martes, 4 de diciembre de 2012

Caminando por GDL


Empieza una nueva serie de entradas, historietas que van ocurriendo por estos sitios, a ver si poquito  a poco puedo ir escribiendo, pero sin emocionarse demasiado que ahora que he ganado algo de vida social que terminé mis materias, pueda hacer algo más como... un proyecto de bronceado en pleno mes de diciembre! Quizás no debería haber dicho esto ¿no es así? Podría herir la sensibilidad de mucha gente ahora mismo encebollada allí por "las Españas".



Caminando por GDL 1: 

Historias de una peregrina


Era Sábado, serían las once de la mañana y Lorenzo ya calentaba desde bien temprano. Yo caminaba con la mirada perdida, mis pasos automáticamente guiados no necesitaban de mi consciencia para caminar rumbo la parada del 45. Solo se requería algo de atención para cruzar las calles y para no tropezar con los baldosines levantados que las raíces de, lo que denominamos Vachy y yo como "Dragos Milenarios", se empeñan en levantar. Pues bien, una servidora llega a dicho punto, y como viene a ser norma, me recuesto en la valla-muro donde los días de diario se pone un delicioso puestecito ambulante de frutas. Una vez recostada, analizando el porqué de la injusticia humana para tener que salir a esas horas un sábado, comienzo a mirar a mi alrededor. El sol seguía calentando, cada 5 minutos parecía que un grado más, y cuanto más lejos mirabas en la calzada y en la superficie de los coches ahí estaba ese oleaje trasparente que reflejan las superficies en forma de calor. Pues bien, fenómeno del calor o de la vida en general, ante mis ojos apareció un hombre, y no un hombre cualquiera, no era un chavo de buen ver, no, a esas horas no sería posible, sino que era un ilustre personaje que yo rápidamente pude identificar.  Ante mis ojos, y unos doce pasos de distancia, apareció desde detrás de una palmera ni más ni menos que el mismísimo Santiago de Compostela, fue una mera aparición, pues este peregrino continuó su camino sin detenerse. Yo profundamente asombrada, creí estar en tierras gallegas, pero dicho trance me duró solo un suspiro, mi ensoñación cesó y yo impaciente miraba rumbo a donde tenía que venir mi camión. No habían pasado ni 5 minutos cuando noto una presencia más apoyada en la misma valla que yo. Sí, era él, el mismísimo Santiago de Compostela. 

Don Santiago, pues así le bauticé desde el minuto uno, vestía idénticamente igual que en este dibujito, era alto y espigado, tenía una barba blanca y frondosa, y su vestimenta era como la de este dibujo pero de un color más verdoso. De complementos utilizaba una especie de bolsón/zurrón como la del verdadero Santiago, un bastón largo con una   cascara de fruta pegada y con formita de arco, por último y como no podía ser de otra forma un sombrero con una concha. ¿Era o no Santiago de Compostela? ¡Claro que sí! 


 
- Buenos días señorita -Pronuncia el ilustre peregrino.

- Buenos días -Contesto aturdida yo.

- Me preguntaba si usted se dirige a la feria -acariciándose la barba.

- ¿A cuál feria me dice? No sabía que había una feria.

- ¡Ah! ¿Usted no va a la feria Hare Krishna, señorita? 

- ¡No! Yo no voy hacia allá, voy a una tutoría a la universidad. 

- ¡Vaya! Pues debería ir.

- ¿Usted va hacia allá entonces?

- Sí, claro, y usted señorita también debería ir. Podría llevar a su galán, y si no lo tiene, cosa que lo dudo porque está bonita, puede ir sola, allí conocerá a alguno seguro.

- ¡Oh vaya! Lo pensaré.

- ¡Vamos! Y aunque vaya con galán, puede cambiarlo si le gusta otro más.

Lamentablemente se rompe tan emocionante conversación, el camión 45 llega, y Don Santiago y yo tenemos que subirnos a él. Muy amablemente Don Santiago me deja subir a mí primero con muy caballerosas formas. Yo subo, entrego mi boleto y muestro la credencial y me voy a sentar. No hay muchos asientos libres, solo individuales, con lo que yo me voy a uno de ellos. Allí me siento y cuando sube Don Santiago, todas las personas del camión le miran con el mismo asombro que yo, pero nuestra conversación no puede seguir, 4 asientos nos separan, pero como buen peregrino, me saluda desde la distancia.
Unos 12 cuadras más tarde, Don Santiago, se levanta, y se dirige a la puerta para bajarse rumbo a su tan ansiada feria. Yo en mi asiento le observo de reojo, y qué ocurre para mi sorpresa, antes de bajar, Don Santiago voltea para verme y dice "Señorita, un placer y muchas gracias".
Medio camión voltea para ver a quién hablaba tan ilustre pasajero, 40 miradas puestas en mi persona, pero nada importa, ese día estuve con Santiago de Compostela.